jueves, 13 de marzo de 2008

Historia en la Isla

Lo invitamos a viajar al pasado, junto a Oscar García Massa. Embarcamos en FM La Isla, desde La Visión, que dirige y conduce Carlos Clerici, cada viernes, entre las 11 y las 13 horas.

Historia en la radio: Historia en La Isla.

Encíclica Populorum Progressio, 41 años después.

Elegimos para recordar en la Columna de Historia -en esta Semana Santa de los cristianos- un episodio no tan lejano en el tiempo, ocurrido en el siglo XX, cuando transcurría la década del sesenta. La redacción de la Carta Encíclica “Populorum Progressio”, en tiempos del Papa Paulo VI, constituye, sin dudas, un jalón de importancia en los esfuerzos de adptación de la Iglesia Católica a la realidad política y social de aquel entonces.

Conviene, antes que nada, recordar que la palabra encíclica proviene primero del latín y antes del griego y que quiere decir “circular”, carta. Que se trata de un mensaje que el Papa dirige a la cristiandad, tanto a los cuadros oficiales de la Iglesia como al conjunto de los fieles, indistintamente. Otra particularidad de la encíclica es que se trata de un documento de lo que se da en llamar magisterio ordinario, o sea, de un documento cuyo contenido no es considerado infalible. Este hecho permite que las encíclicas puedan ser objeto de discusiones y aún de fuertes controversias en el seno de la Iglesia. Otros documentos son indiscutibles, como lo es el dogma.

Elegimos esta encíclica en particular por su significación, no solo en el mundo cristiano, sino también por su valor como testimonio de creencias dominantes de época y por el peso político que tuvo, a partir de aquel 26 de marzo de 1967 en que se la dio a conocer, hace más de cuatro décadas, en Semana Santa, desde Roma, cuando Paulo VI avanzaba en el cuarto año de su pontificado.

Aquí gobernaba Juan Carlos Onganía, en su versión de nacionalismo católico mixturada con iberalismo económico. Y el mundo veía la vigencia de ideales sociales distributivos, en un contexto global de crecimiento económico, que coexistía con la subsistencia del subdesarrollo, que se arrastra hasta hoy. La Iglesia advertía estas situaciones y que el comunismo tendía a imponerse, autoritario, antidemocrático, como salida a las desigualdades consagradas. Y entendía que no era posible sobrevivir sin cambiar, sin aportar soluciones temporales, más allá de su rol de guía espiritual del mundo cristiano en su camino hacia Dios.

Aquí está, ante nuestros ojos, la vieja encíclica de Paulo VI, que fue vivida en la Argentina por los sectores conservadores de la Iglesia y, en general, de la sociedad, como un paso atrás, como un peligroso abrazo suicida o cómplice con la izquierda, pero cuyo texto, en esta Semana Santa, 41 años más tarde, resulta iluminador.

Paulo VI, que moriría en 1978, Giovanni Battista Montini, sabía, a los setenta años, que la encíclica sería transformadora, e inevitablemente revulsiva.

Qué decía... Como concepto principal, que era necesario promover el desarrollo de los pueblos, acabar con el hambre, la miseria, las enfermedades endémicas, la ignorancia; que había que participar de los frutos de la civilización a todas las personas y que la Iglesia, todos sus integrantes, debían estar “al servicio de los hombres,...” Para la Iglesia la “cuestión social” había tomado “una dimensión mundial”. Decía la Encíclica que “Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos.” Y este mensaje era indudablemente conflictivo en el contexto de la Guerra Fría entre el mundo occidental y el mundo comunista. Influido por sus viajes a América Latina, al África y a la India, Paulo VI sentía en carne propia la angustia de la pobreza y quería ser “el abogado de los pueblos pobres” o “en vía de desarrollo”. Aquel Papa quería “favorecer la justicia social entre las naciones,...” “...ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una tal ayuda que les permita proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso”

A favor de las legítimas aspiraciones de los hombres en materia de desarrollo integral y contra el colonialismo, la Encíclica abrió el camino para una renovación del sentido eclesial en un tiempo de cambios: en el 59, la revolución cubana había dado un golpe muy fuerte en la atención mundial, luego el Muro, en el 62 el Concilio Vaticano II tratando de adaptarse ya a los cambios, el asesinato de Kennedy en el 63, la Guerra de Vietnam, en el 67 la Guerra de los Seis Días, en el 68 el mayo francés, la primavera de Praga, el asesinato de Martin Luther King... todo, mientras el hombre llegaba a la luna en 1969 y unos años antes se transplantaba el primer corazón. ...De eso se trataba, de un cambio en el corazón de la Humanidad, y estaba en marcha.

El deber de solidaridad de las personas es también de los pueblos. «Los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de desarrollo.
“...a los seglares les corresponde con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven.
“...si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, ¿quién no querrá trabajar con todas las fuerzas para lograrlo?
La Visión:
La historia nos resulta útil para reflexionar. En esta Semana Santa, la encíclica Populorum Progressio nos sugiere que, a pesar de los años transcurridos entre 1967 y hoy, la desigualdad no solo persiste sino que se ha ahondado, y que aún resta mucho por alcanzar un cambio auténtico en nuestras sociedades, que va más allá de las libertades a que algunos de nosotros podemos acceder, por pertenecer a clases sociales más o menos acomodadas. El cambio al que se aspiraba entonces, aún es un sueño y debe ser relidad, en homenaje a tantos que vienen luchando por un mundo mejor desde hace tanto.
En Internet pueden leer la Columna de Historia y la Encíclica Populorum Progressio completa en nuestro blog lahistoriaenlaisla.blogspot.com

Apuntes sobre arquitectura, elementos constructivos y alimentos en la colonia.

Vamos, mientras nos aproximamos al Bicentenario de la Revolución de Mayo, revisando aspectos de la vida colonial en la que se enmarcaron los hechos que dieron lugar a nuestra vida política independiente.

Optamos por corrernos un poco de los hechos políticos o militares y queremos situarnos en cómo y con qué se vivía en los años de la colonia, en la vida cotidiana.

Vamos a usar bien nuestro tiempo y, al ritmo febril de nuestra ciudad, aunque un poco más lento, atravesaremos siglos e imaginaremos otra Buenos Aires diferente de esta, en la que, por ejemplo, la arquitectura, el arte, la literatura, la comida, el transporte, eran diferentes.

Ejemplos:

La arquitectura colonial hispanoamericana fue una mixtura entre los estilos del barroco, del renacimiento italiano y de las contribuciones aborígenes. En el barroco se observa un estilo complejo y muy decorado. Pero aquí las cosas fueron, en general, más sencillas. Así que Buenos Aires no llegó a ser Perú ni México.

En el siglo XVII en Buenos Aires vivían unos 10.000 habitantes. Predominaban el adobe -no el ladrillo- y los techos de paja. Las hormigas hacían de las suyas en la base de las casas, en las que se colocaban piedras para evitar este problema -a modo de cimientos-. Ya en el siglo siguiente, la edificación institucional se desarrolló y aumentó considerablemente el uso de ladrillo y de la teja. Predomina lo religioso en la edificación oficial. La arquitectura y el arte en general operan como elementos de comunicación cultural, de adoctrinamiento.

Un dato que nos permite imaginar mejor cómo vivían muchos, era cómo se construían las tapias de las casas en el siglo XVII, apisonando barro que una vez seco era casi indestructible. Pero también se usaba cuero de vaca y de caballo secados al sol, tratados con humo o aceite para fabricar muebles, sillas, sillones, camas, arcas, petacas baúles, canastas, bolsas, bargueños, cercos de jardines, monturas, sillas o recados, riendas y cabezadas, frenos, estribos, calzado, baldes para sacar agua de los pozos, recipientes de vino y aceite a modo de odres, catres, puentes, pelotas (una suerte de bote personal para cruzar ríos) y casas. El cuero aparecía muchas veces con su pelaje. En las casas, el cuero estaba en los techos, se lo convertía en pared y en puerta.

La madera era muy usada porque aquí había mucha y poco hierro. Con ella se hizo de todo: carretas, carretones, y carretillas, barcos de río y de mar, arados, sus rejas filosas, postes, tranqueras, puentes, columnas, bañaderos de ovejas, mangas, bebederos, corrales, guarda ganados, palenques, espuelas, cencerros, mesas, sillas, roperos, armarios, bancos, armazones de camas, esquineros, puertas, ventanas, estacas, roldanas, mangrullos, morteros, caballetes, cepos, mangos de cuchillos, enramadas, leña y otros elementos de uso diario.
Manos de carpinteros hicieron una parte de la Nación, con madera de la Tierra.

¿Qué pasaba con la comida? A principios del siglo XVII se producían en Buenos Aires harinas, pan, bizcochos, tocino, legumbres, todo género de frutas, aceite, anís, cominos, lentejas, garbanzos y hortalizas. En 1582 había plantadas viñas en Santiago del Estero, duraznos, higos, melones, membrillos y manzanas, granadas, perales y ciruelas, trigo, maíz, cebada, garbanzos, habas, cebollas y ajos. En Córdoba, además, había en 1580 siete molinos hidráulicos para moler trigo, se fabricaban quesos, embutidos de cerdo, se elaboraban también dulces con miel y se preparaba sal. En cuanto a la pesca en el Río de la Plata se pescaba con una red llevada por dos hombres a caballo. Los pescados, muy abundantes, se llevaban en carretillas para su venta en la la Plaza.

El arroz se cultivaba en el siglo XVIII en tierras de guaraníes y de jesuitas. Del maní, en la misma época, se obtenía, por compresión, aceite que se empleaba tanto para la alimentación como para alumbrarse. Los jesuitas también usaban manteca para alimento y para dar luz en las iglesias. El olivo se producía en la misma época en Cuyo y también en Buenos Aires.

En cuanto a las bebidas, los jugos de frutas y diferentes tipos de vinos fueron abundantes casi desde el principio. El agua nunca faltó y fue de buena calidad, en general. También hubo chocolate, y muchos productos más. Naturalmente, la yerba, la mandioca, el trigo, el maíz...

El azúcar se produjo en la Patria tempranamente, a fines del siglo XVI. Pero, desde mucho antes, la miel silvestre lo endulzó todo. Y muy bien por cierto. La miel abundaba, a tal punto, que lentificó la rápida evolución de la industria del azúcar. Se producía naturalmente. Las abejas, esas ínfimas obreras espontáneas, la guardaban en panales accesibles en los árboles, en el follaje, o bajo la tierra, y de allí se la extraía, copiosa y pura, para hacer todo tipo de confituras deliciosas. Además, elaboraban con miel algunas bebidas alcohólicas: una suerte de vino de baja calidad llamado hidromiel, el guarapo -aguardiente de miel- y, con este, el ponche, mezclando guarapo con zumo de limón y de naranja. Con miel preparaban también un vinagre.

Pero la miel no abundaba en Buenos Aires como en el norte. Entonces, el azúcar fue más requerida aquí.

Ya no estábamos en el siglo XVI, en los tiempos de Pedro de Mendoza, cuando los fundadores sufrían el hambre, el asalto de los animales salvajes y de los aborígenes. Habían terminado comiendo ratas, ratones, víboras, zapatos, objetos de cuero y hasta carne humana.

Y si les parece, pensando en la Semana Santa, damos un salto en el tiempo y nos vamos a la Cocina de 1890, que nos cuenta Juana Manuela Gorriti. Les voy a dar alguna receta histórica, pero les cuento que la columna completa y las recetas están disponibles en el blog de la columna: historiaenlaisla.blogspot.com.

Esta receta va para los que crean con Juana Manuela que “El hogar es el santuario doméstico; su ara es el fogón; su sacerdotisa y guardián natural, la mujer.” Y también para los varones que les gusta cocinar:

BACALAO A LA CREMA

Hágase cocer en agua un trozo de bacalao, bien lavado y desalado, y quítesele la piel y las espinas. Hágase una salsa blanca de mantequilla sazonada de pimienta; mézclesele una taza de crema, y a falta de ésta, de buena leche. Echese el bacalao en esta salsa, y déjesele hervir, a fin de que se espese.

Luego se iguala la superficie, y se le cubre con una capa de pan rallado. Sobre este pan rallado se echa mantequilla derretida.

Otra capa de pan rallado, con mantequilla derretida encima, se le hace tomar color en el horno de la cocina, o en un hornillo portátil.

Se sirve muy caliente, llevando en torno rebanaditas de pan fritas en mantequilla.

Nuestra visión respecto de la evocación de las costumbres, usos y logros de la vida colonial es que resulta útil y sano para la consolidación de nuestra identidad, no solo conocer sino revivir algo de nuestro pasado. El pasado y su espíritu son intangibles, pero un buen libro, una comida o un objeto antiguo pueden remitirnos a aquel pasado con la frecuencia que lo deseemos y hacernos bien a cada uno de nosotros y a nuestra sociedad, que no debe olvidar sus raíces, para imaginar, diseñar y concretar mejor su porvenir. Es una manera sencilla de preservar una parte de nuestro patrimonio.

Excavación arqueológica en la Plaza de Mayo: una ilusión.

En ocasiones, la Columna de Historia de La Visión surgirá de la actualidad, en otros casos, seguiremos una agenda propia, destinada a recorrer nuestro pasado con un cierto plan interno.

Hoy tocamos un tema que reúne, de algún modo, ambas perspectivas: Se ha estado hablando en los medios de comunicación, en los últimos días, acerca de un proyecto de excavación arqueológica en la Plaza de Mayo que tendría por finalidad encontrar los restos de la primera iglesia de los jesuitas -la que fue corrida a la que se llamó desde 1821 y que hoy conocemos como Manzana de las Luces- para que la torre de esa primitiva iglesia no afectara la puntería de los cañones del Fuerte de la ciudad de Buenos Aires, que estaba precisamente donde hoy se levanta la Casa de Gobierno, la Casa Rosada.

Los investigadores de la UBA, que integran el Centro de Arqueología Urbana, de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo –un centro por cierto pionero en América Latina y que procura estudiar la arqueología de la Ciudad de Buenos Aires- intentan llegar a la cripta de esa primitiva iglesia y ahondar en los misterios de los túneles coloniales que recorren el subsuelo de la ciudad.

Esta noticia, nos remite a la historia y a las leyendas conocidas acerca de los antiguos túneles de Buenos Aires, cuyo uso ha sido objeto de múltiples hipótesis, algunas de ellas descabelladas y otras mucho más sensatas y probables.

Recordemos que muchas veces se ha sugerido que los túneles eran empleados para el contrabando de esclavos negros cuando este comercio estaba prohibido en la ciudad o tenía un límite de ingreso. También se ha dicho que podrían haber sido usados en junio de 1839 cuando fue asesinado Manuel Vicente Maza en la Legislatura de la Provincia, en la Manzana de las Luces: el asesino, se dice, se habría desplazado por un túnel hasta llegar al anciano funcionario de Rosas cuyo hijo había planeado una fallida conspiración contra el gobierno. Pero la más probable de las hipótesis es que la amplia red de túneles del siglo XVIII que se intenta investigar un poquito más habría sido un perfecto circuito que unía en tiempos de la colonia, las mayores alturas edificadas, que eran las de las iglesias, con fines de defensa: habrían servido para advertir la presencia de navíos de guerra enemigos en el río -como ocurrió en 1806 y en 1807 con las invasiones británicas- y para desplazar tropas de un sector a otro de la ciudad para sorprender a enemigos que la hubieran invadido.

Además de este tipo de túneles del siglo XVIII, seguramente realizados por jesuitas, y que recorren el casco histórico de la ciudad, hay muchas otros, de diferente tipo y de épocas posteriores como pozos de agua, pozos ciegos, cisternas, aljibes, cavas de vinos, etc.

La Visión que nos sugiere, desde nuestra Isla de pensamiento y búsqueda del pasado argentino esta noticia:

Hablamos esta mañana con el fundador y director del Centro de Arqueología Urbana, Daniel Schavelzon, es arquitecto recibido en la UBA y doctor en arqueología recibido en la Universidad Autónoma de México y quien dirige el proyecto de excavación en la Plaza de Mayo, y nos dijo que el proyecto del que se habla, por ahora, es un sueño, un deseo, casi un imposible.

Pensamos que, en general, la investigación histórica debería recibir mayores aportes y tener la continuidad necesaria para comenzar un proyecto y poder terminarlo, para que no tengamos tanta necesidad de mirar nuestro pasado haciéndonos durante largos años las mismas preguntas, sin encontrar respuestas.